Por David Alonso
Hace algunos años me llegó un potro alazán de dos años muy bonito para domarse y arrendarse, tenía en su pedigree varios caballos campeones de rienda, por lo que parecía una gran promesa para la cala.
Todo iba normal los primeros meses, hasta que un día me dice uno de los caballerangos que el potro se mordía los ijares (parte alta del vientre). Curiosamente cuando nos acercábamos a verlo, dejaba de hacerlo, pero poco a poco fue empeorando al grado de quedar pellizcado, incluso sangrante de ambos lados, producto de las mordidas.
Le platiqué a una persona mayor con mucha experiencia en los caballos y con una tranquilidad impresionante me respondió que seguramente se trataba del «gusano del cuajo», cuando lo escuché, me quedé sorprendido y me imaginé un horrendo animal retorciéndose dentro del estómago de este caballo que le provocaba mucha molestia. Le pedí que me dijera algún remedio y me dijo que había una hierba llamada «ruda», muy buena para este problema.
No me quedé muy convencido y seguí mi investigación, otra persona me comentó que un borrego sería una excelente opción para quitarle ese vicio. «No tarde ni perezoso» como dice el dicho, ya para retirarme a descansar le metí un castrado que estábamos engordando para una festividad y tapamos bien la caballeriza para que el borrego no se fuera a escapar. Al día siguiente, lo primero que hice fue ir a ver al «Llavero» (como se llama el caballo) y vaya sorpresa que me encontré, el borrego estaba muerto y con rastro de mordidas por todos lados. Al quitarle el cuero, estaba todo negro, lleno de sangre molida por todas partes por lo que ni siquiera pudimos aprovecharlo. La verdad después de ver esto me quedé frustrado de impotencia por el caballo y el borrego.
Un amigo médico veterinario con mucha experiencia me dijo que se trataba del «síndrome de automutilación» y cuando lo escuché nuevamente me sorprendí. Me comentó que se trataba de un vicio de caballeriza que les sucedía a caballos muy dominantes, por lo tanto, un forma de solucionarlo muy efectiva era castrándolo. Esto ya se escuchaba más congruente y opté por comentárselo al dueño. Cuando lo llamé para explicarle, ya se imaginarán la respuesta, pues tenía un gran potencial como semental. Finalmente lo convencí y lo castramos.
Mientras se recuperaba, por recomendación del médico lo sacamos a un pequeño ruedo hecho de paneles metálicos para que caminara y no se inflamara demasiado de la operación y lo metíamos por la noche a su caballeriza. Durante dos semanas lo estuvimos haciendo y nos dimos cuenta que el caballo había dejado de morderse sus flancos y pensamos que por fin se había solucionado el problema.
Al regresarlo a su caballeriza habitual todo parecía normal, cuando de pronto empezó otra vez con las mordidas. Inmediatamente pensé, ¿ahora qué le voy a decir a su dueño? Antes de llamarlo, se me ocurrió volver a sacarlo al corral redondo y cual será mi sorpresa que volvió a dejar de hacerlo. Inmediatamente me quedó claro cuál era el problema del caballo, se llamaba «encierro».
Los caballos fueron diseñados por nuestro Creador para ser libres y nosotros por nuestro placer hemos decidido cortarles esa libertad para que pasen su vida encerrados entre cuatro paredes (en muchos casos), además de quitarles una actividad básica para todos los seres que somos gregarios que se llama «socialización». Imagine que además de estar encerrados nos limitaran la posibilidad de hablar, jugar o convivir con más personas, sería frustrante, ¿no cree?
Con un poco de trabajo para que el dueño me entendiera la necesidad del «Llavero» de no estar en una caballeriza cerrada, lo convencí de ubicarlo en una corraleta abierta con vecinos por ambos lados, dónde regularmente ponemos a los caballos castigados porque sus propietarios no pagan (aunque a decir verdad, pensando como caballo, es mejor lugar que las caballerizas VIP, que carecen de todo contacto entre los mismos).
Sólo para concluir, quiero que reflexione como en ocasiones la solución de algunos problemas es tan sencilla que la tenemos en nuestras manos y la complicamos por no tener sentido común equino. Antes de poner pelotas, collares y tantos objetos para corregir problemas de comportamiento, por qué no pensamos que son seres vivos como nosotros que tienen necesidades físicas y emocionales, además de las primarias como lo la alimentación.
¡Hasta la próxima!