Por David Alonso
Uno de los caballos que más me han enseñado fue uno que me trajeron de la ciudad de San Luis Potosí. Era un hermoso caballo cruza de raza árabe con español con una presencia como pocos. Los argumentos de su dueño eran que se había vuelto incontrolable en su manejo y muy bravo, al grado de enviarlo a él al hospital por un ataque.
Al llegar lo estuve montando y era un placer andar arriba de él, siempre y cuando no hubiera otro caballo en la pista porque se ponía como loco haciendo desplantes de dominancia, y si se lo permitías, se abalanzaba sobre los demás caballos queriendo atacarlos. En la caballeriza se la pasaba todo el día haciendo ruidos de pelea con sólo recargar su grupa sobre la pared, al estar colgado se la pasaba queriendo pelear, aunque los caballos estuvieran lejos de él, de allí que mis caballerangos lo comenzaron a llamar «El Loco».
En una ocasión, mientras grababa un programa de televisión y estaba trabajando con él, le digo a los camarógrafos que cortaran la grabación porque percibía que el caballo me quería atacar, que tenía que trabajar un poco fuera de cámara con él, uno de ellos lo hizo mientras que el otro siguió con la grabación. Casi de inmediato, sucedió lo que me temía, el caballo se dirigió como flecha hacia mí con el afán de agredirme, afortunadamente pude reaccionar y su mordida sólo rompió mi camisa a la altura de mi hombro izquierdo. Un poco asustado retomé la grabación y quedó un buen programa con escenas reales que precisamente hablaba sobre cuestiones de liderazgo.
Ya tenía una idea del problema del caballo, era un animal que había crecido sin límites, sin reglas y en la relación con los humanos se sentía superior. Por lo tanto, creí que tenía que hacer uso de los mismos caballos para poder solucionarlo. Recurrí a «Don Jesús», uno de mis caballos que es muy equilibrado en su carácter, muy poderoso, entero y a mi parecer era el más indicado para esta labor. Previamente lo comenté con su dueño porque se corría un gran riesgo para ambos animales y Yo asumía el de mi caballo en beneficio de curar al suyo.
Solté a ambos sementales en la pista de trabajo, consciente de que mi caballo no tomaría la iniciativa y así fue, tan pronto se sintió libre se abalanzó sobre Don Jesús que ya lo esperaba. Era impactante ver la furia que había dentro del Loco, pero se había topado con un experimentado semental que le doblaba en edad y en experiencia de vida, por lo que rápidamente se dio cuenta que con él no podía y decidió correr. Los que estábamos de espectadores pensamos que allí había terminado todo y el asumiría un papel sumiso. Después de corretearlo por un tiempo, Don Jesús se quedó quieto y el Loco empezó a correr de un lado a otro como desorbitado, sorpresivamente regresó al ataque sin que Don Jesús lo esperara. Volvieron a la pelea y otra vez lo volvieron a dominar, pero en esta ocasión la persecución se hizo con mucha intensidad, a Don Jesús jamás lo había visto comportarse de esa manera. Tuvimos que detenerlos porque pensé que podría ocasionarles un infarto el desgaste físico producto de tanto correr.
Los siguientes días mi caballo que presumía equilibrado se había vuelto agresivo al manejo de los caballerangos y se mostraba muy inquieto en su caballeriza. Ya no tenía un problema, ahora eran dos. Parte de mi error había sido perder la gradualidad al enfrentarlos de golpe sin un contacto previo, pero sentía que para que tuviera impacto emocional en el caballo, así tenía que ser.
Recurrí al manejo de piso con mi caballo y con un poco de trabajo lo pude recuperar. Con el otro decidí seguir tratando de enseñarlo a socializar con una manada de potros y caballos castrados con un bozal apretado en su hocico y una manea (bloqueo) mano-pata para que no pudiera ni morder ni patear, además empecé a desgastarlo físicamente para que no tuviera energía de más a la hora de interactuar con la manada. También le pedí a un par de amigos expertos en el manejo de caballos que me dieran su opinión acerca del caso de este caballo y pudimos concluir que detrás de toda esa dominancia que manifestaba, había un animal inseguro, es decir, sólo la utilizaba como máscara. Después de varios meses del trabajo en la manada pude ver un cambio importante en su comportamiento, al grado de ya no tener que manearlo ni ponerle el bozal. Mi diagnóstico al final fue el siguiente:
- El caballo había sido humanizado desde pequeño, lo habían alejado de una manada y había crecido sin límites ni reglas, imprescindibles en un animal gregario.
- Había crecido sin socializar con otros caballos, por lo tanto, no conocía el rol de líder y seguidor, sólo el primero.
- Había cubierto varias hembras que le llevaban para empadre, pero desconocía el cortejo, por lo tanto, creía que cualquier caballo era una hembra potencial. Si no se dejaba montar, entonces reaccionaba de manera muy violenta.
- Padecía de déficit de atención (al igual que algunos niños), por eso el motivo de los ruidos extraños dentro de la caballeriza, pues tan pronto se acercaba un individuo (un perro, una gallina o una persona), dejaba de hacerlos. Le gustaba la compañía pero no sabía como comportarse.
Desde entonces, es rutina en mis caballerizas, dedicar tiempo a la sociabilizacion de los caballos que me llevan a entrenar, obviamente bajo un protocolo. Y también invierto tiempo en el manejo de piso de acuerdo a la conducta que observo, ya sea de dominancia o de inseguridad.
Pero no sólo aprendí de caballos, también me di cuenta que todo este comportamiento que describí, a veces se ve representado por algunos individuos humanos y el origen es el mismo. Padres que nunca impusieron reglas verdaderas en su familia, niños y adolescentes inadaptados que no saben como comportarse socialmente y por eso son segregados. Jóvenes con conductas problema que, además de lo anterior, no tienen actividad física suficiente que los desgaste y sólo están pensando en cosas no muy buenas.
Yo traté de hacer mi parte con El Loco, pero no se si realmente su dueño atendió mis recomendaciones y pudo mejorar la relación con su caballo. Después de todo, además de tener la satisfacción de haber recuperado un caballo hasta donde pude, aprendí una gran lección de la conducta humana.
¡Hasta la próxima!