David Alonso
He vivido con la idea de que nací en la época equivocada, de niño siempre me visualizaba como un temido ranger del viejo oeste o como un fiel Dorado de Villa experto en las armas y el manejo de los caballos. Crecí entre historias románticas de faenas de ganado y de caballos que se realizaban en el pasado en el antiguo Presidio de Santa Rosa (hoy Múzquiz, Coah.) contadas por mis abuelos, ambos hombres recios, de campo y de mucho caballo. Sin duda, creo que la geografía influye mucho en la constitución y desarrollo de las personas y lo marca a uno hacia el futuro. El norte de Coahuila (principalmente la región carbonífera, como se le conoce), ha sido reconocida en México y E.U. por su excelente clima para la cría de ganado, del caballo y de los mejores vaqueros. Desde pequeño siempre mostré una pasión desbordada hacia los caballos, influida por lo mencionado anteriormente, me decía mi abuelo materno «mijo tu amor por los caballos no lo hurtas, lo heredas». A medida que paso el tiempo, pude ir formando mi propia ideología de lo que quería ser, ¡Un Verdadero Vaquero!, concluyendo que definitivamente se requieren ciertos elementos para serlo: humildad para saber que siempre hay algo nuevo que aprender, valor y determinación para hacer lo que uno quiere, honestidad a carta cabal, amor a la tierra y a los animales, una destreza desarrollada y definitivamente una carga genética especial.
Amansé mi primer caballo a la edad de 12 años, convencido de que existe un lenguaje entre equino y humano que la mayoría no hemos podido comprender. Mi padre dedicó gran parte de su vida a la doma tradicional de caballos en ranchos mexicanos y americanos, aunque guardo una gran admiración por él, nunca compartí sus métodos de trabajo, que en la actualidad le suman más golpes que historias.
En la época de estudiante, buscando el contacto con los caballos, pude enrolarme en un equipo de charros en la ciudad de Saltillo, Coah; lo cual me permitió aprender del medio y conocer gente muy valiosa, aunque para ser sincero, nunca fui un buen charro (mi especialidad era la jineteada de yegua). Esto para mí fue trascendental, pues me ayudó a conocer al caballo desde otro ángulo y a aprender de los golpes, sin embargo, algunos vicios del ambiente iban en contra de mis valores como vaquero y me alejé.
En 1996, leí un articulo acerca de ciertas personas llamadas susurradores que podían lograr resultados sorprendentes con los caballos en poco tiempo. Este hecho fijó en mí la idea de que Yo podía desarrollar esa cualidad. Empecé a investigar y los primeros nombres con los que me encontré fueron los de Monty Roberts (E.U.) y Martín Hardoi (Argentina). Después de esto, de manera personal y solitaria, aunque con muchos errores, obtuve mis primeros resultados.
En 1999, acudí a una invitación a un rancho, donde habían estado batallando para amansar un caballo de seis años, no se si para mi fortuna o mi desgracia me ofrecí a arreglarlo en ese momento, corriendo con gran suerte. Después de esto, todo se vino como bola de nieve, invitaciones de muchas partes para que les amansara sus caballos, entrevistas en radio y televisión, publicaciones en revistas, periódicos, etc. Al inicio lo hacia gratis, aceptaba cualquier caballo sin importar las condiciones y soportando la incredulidad de muchas personas que solo acudían a verme por morbo y buscando ver circo. Poco a poco pude darme cuenta que para ser un profesional, tenía que aprender de los profesionales, además de formalizar mi estilo y definir un esquema de trabajo. ¡La técnica existía y ya no tenía que convencer a nadie!