Por David Alonso
En el año 2013 fue mi primera participación en el Horseman Reunion en Paso Robles, California en E.U., representando a México y Latinoamérica, dicho evento congregó a 20 domadores de todo el mundo. Recuerdo que me interesaba demostrar algo representativo de nuestro país que fuera diferente a otras técnicas de doma y recurrí al uso de la anquera y de la montura muzqueña (que además es originaria de mi pueblo, Múzquiz, Coahuila). Realmente causó mucho impacto a quienes presenciaron el evento y recuerdo que muchas personas me tomaban fotos con mis potros ensillados y les causaba admiración el sonido particular que produce al traer al caballo vestido con este instrumento. También los sorprendidos fueron los caballos de mis compañeros domadores, pues por donde Yo pasaba galopando parecía que iba abriendo surco y eso no les daba mucho gusto. Al final del evento me pidieron que subastara algo y se me ocurrió que podía ser la anquera y para mi sorpresa un indio de una tribu de Wyoming pagó la cantidad de $900 dólares por ella. Aún recuerdo su sonrisa al tenerla en sus manos.
Los antecedentes de este arreo mexicano se remontan al siglo XVI en Europa, donde se empleaban caparazones de cuero con placas metálicas para cubrir a los caballos en caso de guerra, dicha cubierta también se utilizaba en torneos medievales o para guerrear.
Sin embargo, es curioso encontrarnos algunas imágenes que provienen de la primera mitad del siglo XIX en México, en las que puede observarse el desarrollo de la suerte de varas (toreo a caballo), donde el animal es protegido por una coraza o anquera la que, según Don Carlos Rincón Gallardo (Marqués de Guadalupe), en El Libro del Charro Mexicano, menciona como una cubierta de cuero de timbre y a modo de enagüilla, formada por gajos unidos entre sí y forrada de suela que cubre las ancas del caballo y va unida a la silla por medio de los tientos de la teja, y le llega al caballo hasta una cuarta arriba de las corvas. En su parte baja lleva unos colgajitos de fierro más o menos artísticos que se llaman «higas», unos, y otros, «coscojos» y a todo el conjunto de ellos «ruedo». Los rancheros vulgares llaman al ruedo «ruidos». Sirven para quitarles a los potros las cosquillas, aposturarles la cola, asentarles el paso y educarles el tercio posterior.
Poco a poco se ha ido perdiendo el uso tradicional de este arreo como parte del entrenamiento de los caballos, siendo que es una herramienta que desde mi personal punto de vista ayuda a los siguientes logros durante la doma de un potro:
- Desensibilizar los cuartos traseros, principalmente en la zona de la corva
- Desensibilizar las ancas del caballo al peso
- Evitar el rabeo que se origina cuando se presiona al potro y este no entiende lo que se le pide, por lo que empieza a liberar energía por la cola, moviéndola de un lado a otro, situación que se ve muy desagradable.
- A ganar confianza en el manejador o jinete, pues si no la tiene, ni siquiera se dejará ponerla al escuchar el ruido que generan los coscojos.
Su uso es muy conveniente en los potros y aún en caballos ya de silla por lo ya mencionado, pues como decía Don Carlos Rincón Gallardo, «había que usarla de cuando en cuando en el caballo». Sin embargo, hay que tener experiencia o suficiente cuidado cuando se utiliza en animales nuevos o muy sensibles porque un error puede marcar al caballo para siempre, generándole terror. Me refiero a que hay un protocolo para su uso, es decir, antes de fijarla se le cuelga al caballo por un lado atada a la cabeza de la silla y se le dan algunas vueltas para que se habitúe al sonido que genera principalmente, esto se hace de los dos lados. Enseguida se pone la anquera sobre el asiento de la silla y se engancha de la parte central a los bastos de la silla mediante unas hebillas que se le adaptan, para que en caso de que el caballo se asuste, ésta ya se encuentre sujeta y no vaya a ocurrir un accidente. Luego se amarran las correas laterales por debajo de la arción a las argollas de los enrriatados (anteriormente se utilizaban los tientos). En otras sillas diferentes a la charra, se puede sujetar a las argollas del barriguero o mediante otros mecanismos. Cuando se utiliza para jornadas largas, se recomienda vendar el maslo de la cola para que no la roce o dañe con la fricción.
La reacción de la mayoría de los caballos nuevos es salir huyendo, por lo que hay que tenerlos bien agarrados, pero a la vez dándoles libertad para que cumpla su cometido de desensibilizar. Otros caballos salen reparando, pero muy pronto se dan cuenta de que no se pueden deshacer de lo que llevan atrás y se quedan muy tranquilos.
Ojalá y los entrenadores actuales pudieran incorporar en su programa de doma el uso de este arreo que además de su funcionalidad y beneficios, es algo muy mexicano y además única en el mundo.
¡Hasta la próxima!